“Mi trabajo será al cien por ciento el ministerio sacerdotal”

Alejandro Arenas, de 50 años más conocido por sus amigos como “Cano”, ingeniero mecánico por la Universidad Nacional de Ingeniería, (UNI) recibirá la ordenación sacerdotal el próximo domingo 4 de setiembre.

Alejandro saluda al Prelado del Opus Dei el 27 de febrero de 2016 luego de su ordenación diaconal.

Hasta antes de viajar a Pamplona para iniciar sus estudios de teología en la Universidad de Navarra, trabajaba en Lima como ejecutivo de ventas de una compañía que vendía componentes hidráulicos y proyectos de ingeniería, a la minería y al sector industrial. Ahora servirá a Dios y a los demás desde el ministerio sacerdotal. Un giro de 180 grados que el nos cuenta en esta entrevista.

Cuéntenos un poco sobre su vocación al Opus Dei…

Corría el año 1983. Al poco de terminar unas charlas de formación a las que asistía en el Centro Cultural Sama, en Lima, me invitaron a un curso de retiro. Luego comencé a asistir a los círculos y a las meditaciones de los sábados y a vivir un plan de vida. También participaba de esos agradables momentos deportivos que se organizaban los fines de semana.

Me preparaba en la academia Sigma para postular a la UNI. Postulé por primera vez a inicios de 1984. Luego, prescindí de la academia y, junto con otros muchachos, nos hicimos un horario e íbamos todos los días al Sama a estudiar. En el examen de mitad de año, logré ingresar dentro del octavo superior. Entonces me dije: esto de la santificación del trabajo ¡sí funciona! Luego vino un pequeño bajón como se dice. Dos años después retomé mi plan de vida hasta que me propusieron ser de la Obra.

¿Qué pensó cuando le plantearon ser del Opus Dei?

Me tomó por sorpresa, pues mi meta era santificarme en el estudio, conseguir un buen trabajo, ayudar lo más que pueda a mis amigos y conocidos, a la sociedad; tener una esposa guapa, hijos y santificar esa familia, es decir, la ilusión de cualquier joven de esa edad. El planteamiento que se me ofrecía era todo lo anterior menos la posibilidad de tener familia, y vivir una entrega “indiviso corde”, en celibato “propter regnum coelorum”. Le daba vueltas y vueltas, hasta que leí ese punto de Camino que dice “que muchos se privan de tener hijos para tenerlos después de su espíritu”. Eso fue el K.O. Enseguida –lógicamente, esto no se entendería sino no existiese un don especial que Dios comunica a quien quiere– me decidí a ser de la Obra. Y pedí la admisión un 7 de Julio de 1986. Desde ese momento he sido muy feliz... y así hasta ahora.

Alejandro Arenas durante la ceremonia de ordenación diaconal en Roma, el 27 de Febrero de 2016.

¿Qué influencia tuvo su familia y cómo ellos le ayudaron a descubrir su vocación?

Bueno, como decía san Josemaría, los padres tienen “la culpa” en el 90% de la vocación de sus hijos. Y así es mi caso también. Unos padres buenísimos que supieron sacarnos adelante a los tres que somos, trabajando en una tiendita de abarrotes en la cochera de la casa donde vivíamos, durante más de veinte años. Lo que me ayudó a entender la vocación a la Obra, fue el amor mutuo de mis padres, delicado y recio: un desvivirse constante el uno por el otro. Te cuento una anécdota. Todas las mañanas a las 5:45 de la mañana nos levantábamos a comprar el pan para luego venderlo en la tienda... Nos turnábamos. Y cuando le tocaba a uno de mis padres, se escuchaba desde el dormitorio una pequeña pelea: "oye, que me toca a mí, tú descansa… No, que me toca a mí, tú ayer te quedaste hasta tarde", es decir, un maravilloso forcejeo que demostraba un amor, de verdad, con obras.

¿Cómo se concretó su viaje a Pamplona para iniciar los estudios en teología?

Yo no tenía ni el deseo ni las ganas de ser sacerdote, aunque existía esa posibilidad. La Prelatura necesita sacerdotes para la atención de los fieles y así cumplir su misión. Normalmente estos proceden de los fieles célibes. Yo soy un fiel agregado, pero no se me pasaba por la cabeza esa posibilidad. Pero un día me vinieron a decir de parte del Prelado si estaría dispuesto. Entonces, sopesando mi situación, los pros y los contra, la posibilidad de servir a Dios y a la Obra de otra manera, di mi respuesta afirmativa. Ello implicaba acelerar y terminar los estudios teológicos –que había alternado con el trabajo-, en unos años de intensa formación especial: terminar el bachiller, la licenciatura y el doctorado. Uno de esos lugares es Pamplona, en concreto en la Universidad de Navarra. Sin embargo, no todos los que vienen aquí se van a ordenar: ya te había referido que mi respuesta fue positiva pero también pudo ser negativa: en el Opus Dei tenemos una amplia libertad, tanto para rechazar esa posibilidad –incluso unos días antes de la ordenación- sin que eso en absoluto, haga mella en la entrega que una vez hicimos al pertenecer a la Obra. Por lo tanto, de acuerdo a lo que disponga el Prelado, unos regresan a sus países a continuar trabajando en lo que realizaban anteriormente, con el plus de poseer unos estudios muy completos que les permiten trabajar con mayor eficacia en las tareas de formación de los otros fieles; otros, terminan ordenándose y regresan al país de origen, con una nueva función o nuevo trabajo que consiste en ayudar con su ministerio a todos los fieles de la prelatura y a la Iglesia en general. Y aquí me tienes, en capilla para la ordenación sacerdotal.

Al decidir ser sacerdote, ¿cuáles han sido las primeras reacciones entre sus familiares y amigos?

Cuando me fui del Perú nadie supo –salvo algunas personas, por supuesto mi madre y mis hermanas– que me venía a prepararme para el sacerdocio. No se trataba de ningún secreto, pero era evidente –por las razones que acabo de explicar– que podía regresarme tal cual. Por tanto, fue una grata sorpresa tanto para mis familiares y amigos cuyas reacciones han sido diversas y muy edificantes.

¿Cómo cambia su vida el ser sacerdote?

Cambia radicalmente. Si antes todos mis esfuerzos estaban encaminados a luchar por ser santo en mi trabajo, en mis relaciones con mis amigos para acercarles a Dios y en sacar adelante apostólicamente a la Obra, digamos, que humanamente, como sacerdote, no es mucha la diferencia: un cambio de ocupación: mi trabajo será al cien por ciento el ministerio sacerdotal. Pero con los ojos de la fe es un cambio sustancial, pues como dice el Concilio, el sacerdocio ministerial se diferencia del común en esencia y no solo de grado. Esto significa que, como sacerdote, estaré representando de manera sacramental a Cristo en persona. No es necesario entrever la gran responsabilidad que tendré: procurar con todas mis fuerzas que las personas a quienes trato y atiendo vean a Cristo en mí; y también que otros muchos lo vean al verme pasar por la calle.