Jorge Gandolfo: unir lo humano y lo divino

El próximo 18 de febrero se cumplen 25 años de la partida de Jorge Gandolfo Vera- Tudela, a quien recordamos por su alegría y simpatía humana. El periodista Federico Prieto Celi traza una semblanza.

Jorge saluda a san Juan Pablo II en su segundo viaje a Perú (1988), detrás Emilio Arizmendi

Jorge Gandolfo nos dejó en un camino rural del campo de Chosica, en el poblado de Surco, donde había ido a pasear con unos amigos en una convivencia en la que participaba esos días. Cayó al suelo a causa de un ataque cardiaco. Falleció de inmediato. Llevaba bastantes años como numerario del Opus Dei.

Había dejado la casa de sus padres en La Aurora para trasladarse al centro cultural Tradiciones, en San Isidro, y años después, al centro cultural Los Andes, en Miraflores. De carácter alegre y sencillo, fue director de Tradiciones varios años y después secretario de la comisión de gobierno de la Vicaria Regional del Opus Dei en el Perú.

De muy joven, estuvo durante el partido entre Perú y Argentina el 24 de mayo de 1964, considerado la mayor tragedia en un estadio de fútbol de todos los tiempos. La gente se irritó y como consecuencia de los gritos de unos y otros, los espectadores buscaron las puertas para salir. Pero las puertas estaban cerradas y se abrían hacia adentro. Se produjeron empujones y a consecuencia, muertos. Pero Jorge, con un claro sentido común, se encaminó tranquilamente hacia arriba de las tribunas, que se estaban quedando vacías, y se salvó de la tragedia. Entonces todavía no era de la Obra.

Había cursado estudios en el colegio suizo Pestalozzi, en Miraflores (Lima) y estudiaba arquitectura en la Universidad Nacional de Ingeniería, cuando frecuentó el centro cultural Tradiciones, en San Isidro.

Allí, encontró un ambiente sereno de estudio y formación integral, que le movió a profundizar en su vida cristiana y, conociendo ya el Opus Dei muy bien, a pedir la admisión como numerario en 1965. Después de unos años, fue nombrado director de Tradiciones.

Cuando a mí, por mi oficio como periodista, me deportaron a Buenos Aires, yo vivía con él en Tradiciones y la policía vino a verme para llevarme al aeropuerto Jorge Chávez. Antes de salir de la casa, Jorge quiso escribir una breve carta de presentación para que me recibieran en un centro de la Obra en Argentina.

El autor de la nota subiendo al avión. Detrás, Juan empujado por un policía. Ambos deportados a Buenos Aires

A pesar de que tenía la dirección de la casa de la Obra a la mano, le movió el apuro del momento y su mente evocó la dirección de un tango, que es la que sin darse cuenta escribió en el sobre. Gracias a Dios, el impasse se solucionó bien en Buenos Aires, pero me quedó esta anécdota como recuerdo para siempre.

Jorge tenía afición a la heráldica. Profundizó en sus protocolos y pudo hacer varios escudos para casas de la Obra en el Perú o personas (sacerdotes nombrado obispos, por ejemplo) muy bonitos.

Conoció a san Josemaría en Roma en 1972 durante un congreso universitario ICU (hoy UNIV). También lo acompañó en Lima, en julio de 1974, y estuvo presente en varios encuentros, como Valle Grande, en Cañete; Tradiciones, Miralba, o en los encuentros de la casa de retiros Larboleda, en Chosica.

Conoció a san Josemaría en Roma en 1972 durante un congreso universitario ICU (hoy UNIV). También lo acompañó en Lima, en julio de 1974, y estuvo presente en varios encuentros, como Valle Grande, en Cañete; Tradiciones, Miralba, o en los encuentros de la casa de retiros Larboleda, en Chosica, gozando en cada momento, pues con José Ricardo Stok, fueron los responsables del registro de fotografías de ese viaje de san Josemaría a tierras peruanas.

Jorge junto con José Ricardo estuvo a cargo del registro de fotos del viaje de san Josemaría

Esa experiencia fue un recuerdo entrañable que le movió constantemente a identificarse con el espíritu de la Obra y a centrarse en Jesucristo. Años después, esa experiencia la supo transmitir en conversaciones con los fieles de la Obra más jóvenes.

A través de su trabajo en la comisión de gobierno del Opus Dei en el Perú tuvo la oportunidad constante de hacer y desaparecer, como recomendaba san Josemaría a los que tenían una misión de servicio a los demás. Viajó a las diferentes ciudades peruanas donde había gente de la Obra para acompañarlos y facilitar el cumplimiento de las labores apostólicas.

Jorge en un campamento

Ejerció la arquitectura. Entre sus diseños más divertidos está una pollería, cuyo techo tenía forma de pata de pollo, como ha recordado uno de sus amigos, Henry, quien añadía que se reía mucho con eso. Realizó también algunos diseños para retablos de algunos centros del Opus Dei en el Perú y del mundo, aunque su cargo en la comisión de Perú exigió un sacrificio de dejar de lado su vocación profesional para dedicarse a las tareas de gobierno.

Sin embargo, eso no fue obstáculo tampoco para cultivar hobbies como la jardinería o coleccionar separatas en diarios de circulación nacional sobre temas de cultura general u otras aficiones. Siempre cultivó la ilusión profesional, que san Josemaría animaba a vivir a fondo en cada una de sus hijas e hijos.

Jorge era deportista. Aquí con Ernesto, Óscar y Juan en un partido de fulbito

Tenía una personalidad jovial y alegre, sabía ser amigo de sus amigos. Con él, no había distancias generacionales pues se adaptaba a su entorno, sea un público de jóvenes universitarios o de personas adultas.

Era un gran conversador, uno la pasaba bien a su lado, y disfrutaba con una anécdota o recuerdo, que contaba de manera divertida y entrañable. Sabía salir al encuentro de los demás, atento a sus necesidades, hecho que le permitía darse cuenta si a alguno le preocupaba algún tema, y se complicaba la vida para buscar solucionarlo.

Murió con un poco más de cincuenta años, todavía joven, sin saber que su corazón estaba muy delicado. Tanto que el día anterior, durante la convivencia había jugado un partido de fútbol dándose por entero al equipo que integraba y sin notar ningún síntoma de que el corazón estaba acercándose a su fin y ya no le respondería.

Jorge no sólo dejó una obra arquitectónica singular; sino, sobre todo, una herencia de amistad, buen humor y alegría cuyo recuerdo ha perdurado en la memoria de muchísimas personas, pues siempre procuró ser un “sembrador de paz y de alegría” uniendo lo humano y lo divino en la jornada diaria, como buen hijo de san Josemaría.

Tras veinticinco años de su partida al cielo, detrás de sí, Jorge no sólo dejó una obra arquitectónica singular; sino, sobre todo, una herencia de amistad, buen humor y alegría cuyo recuerdo ha perdurado en la memoria de muchísimas personas, pues siempre procuró ser un “sembrador de paz y de alegría” uniendo lo humano y lo divino en la jornada diaria, como buen hijo de san Josemaría.

Federico Prieto Celi