María es el mejor camino para obtener una contrición que nos limpie

María es "es el mejor camino para obtener una contrición que nos limpie y nos apriete al corazón de Cristo, más íntimamente de lo que estábamos antes de cada tropiezo", aconseja Álvaro del Portillo.

Álvaro del Portillo (1980)

“Por miedo al dolor, los Apóstoles abandonaron a Jesús, y Pedro le negó tres veces. Poco antes se manifestaba sinceramente decidido a entregar la vida por el Señor, pero no había contado con su flaqueza. Sin embargo, después de su traición, se arrepiente, llora por amor y encuentra el perdón. Esa infidelidad momentánea no será obstáculo para convertirse en la roca sobre la que Cristo edificará su Iglesia. La gracia de Dios y la contrición le transforman en apoyo firme, en hombre fiel.

El Señor sabe de qué estamos hechos, se acuerda de que somos polvo (Salmo CIII (CII), 14), y nunca rechaza un corazón contrito y humillado (Salmo LI (L), 19). Cuando alguien ha sufrido un traspiés, no se puede quedar como aquella mujer enferma de que habla el Evangelio, que estaba encorvada y no podía enderezarse en modo alguno (Lucas XIII, 11).

(…)

En aquella hora amarga, ¿qué haría San Pedro? ¿Cómo alcanzaría el arrepentimiento? El Evangelio no nos lo dice, pero pienso en lo que repetía nuestro Padre [san Josemaría]: que a Jesús se vuelve siempre por María (Cfr. Camino, n. 495). Ella es el mejor camino para obtener una contrición que nos limpie y nos apriete al corazón de Cristo, más íntimamente de lo que estábamos antes de cada tropiezo. Madre mía, Señora –escribió nuestro Padre [san Josemaría] en sus Apuntes íntimos–, Tú sabes bien lo que necesito. Antes que nada, dolor, dolor de Amor: ¿llorar?... O sin llorar: pero que me duela de veras, que limpiemos bien el alma del borrico de Jesús. Ut iumentum!... ¡Oh!, quiero servirle de trono para un triunfo mayor que el de Jerusalem…, porque no tendrá Judas, ni huerto de los Olivos, ni noche cerrada… ¡Haremos que arda el mundo, en las llamas del fuego que viniste a traer a la tierra!... Y la luz de tu verdad, Jesús nuestro, iluminará las inteligencias, en un día sin fin (De nuestro Padre, 16-VII-1934, en Apuntes íntimos, n. 1741). Hija mía, hijo mío, ese fuego y esa luz están ahora en tus manos, en todo tu ser. No permitas que el aburguesamiento los apaguen; reacciona enseguida, cuando te veas flojear, con una mortificación más generosa que vuelva a encender tu corazón con la llama del Señor, que prenderá también en tantas otras almas, gracias precisamente a tu fidelidad: a tu comenzar y recomenzar a ser fiel. ¡Vale la pena!” (Carta, 19-III-1992, n. 44-45, volumen III).