Así descubrió Isidoro Zorzano la llamada de Dios

El 24 de agosto de 1930, Isidoro Zorzano entendió que Dios le llamaba al Opus Dei, gracias a un encuentro providencial con san Josemaría, en una calle de Madrid.

El 14 de diciembre de 1928, Isidoro se trasladó de Cádiz a Málaga, para trabajar en la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces. Poco después de incorporarse a su empleo, escribía a su antiguo compañero de estudios, san Josemaría Escrivá: «Mi querido amigo: Como verás estoy ahora en Málaga, pues he cambiado la Constructora Naval por la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces donde presto mis servicios como Ingeniero subalterno del servicio eléctrico» (carta a san Josemaría, 4-I-1929).

En su nuevo puesto, preparó el proyecto de electrificación de algunas líneas ferroviarias: de Málaga a Bobadilla, de Córdoba a Bélmez y de Almería a Guadix. Demostró tan buenas condiciones que su jefe inmediato, director también de la Escuela Industrial, lo propuso como profesor de Electrotecnia y Matemáticas en este centro.

Isidoro tenía muchos amigos y era un buen partido para las muchachas casaderas

Su situación profesional era satisfactoria, y en Málaga Isidoro tenía parientes y amigos. También era un buen partido para las muchachas casaderas de la localidad, y algunas probaron suerte con el joven ingeniero. La cuestión matrimonial se planteó incluso con unas primas argentinas, que acudieron a visitarle.

Pero Isidoro sentía una cierta insatisfacción. Por un lado, pensaba que su primer deber era garantizar la posición de su madre y de su hermana. A la vez, sin saber por qué, empezó a preguntarse si Dios esperaba algo más de él. Se confió con algún amigo, que le sugirió inclinarse a la vida religiosa. Declinó esa posibilidad, porque —consideraba— Dios le había concedido una clara vocación profesional, como ingeniero.

Isidoro Zorzano

El 23 de agosto de 1930, Isidoro salió de Málaga con dirección a Logroño, donde pensaba pasar unos días con su familia. Decidió hacer una etapa en Madrid porque, un par de semanas antes, había recibido una tarjeta de san Josemaría en la que le decía: «Querido Isidoro: Cuando vengas por Madrid no dejes de verme. Tengo cosas muy interesantes que contarte. Un abrazo de tu buen amigo» (san Josemaría, notas de una reunión familiar, 24-VIII-1947). Isidoro contestó a vuelta de correo: «Espero ir pronto [...], tal vez a fin de mes, en cuyo caso ni que decir tiene que mi primera visita será para ti» (carta a san Josemaría, 19-VIII-1930).

Así, se presentó en Madrid el 24 de agosto. Inmediatamente fue al domicilio del fundador del Opus Dei, pero se encontró con que san Josemaría —que no sabía de su llegada— estaba fuera de casa, porque había acudido a visitar a un enfermo. Ante ese contratiempo, Isidoro decidió almorzar en la Puerta del Sol y hacer tiempo hasta la salida del tren rumbo a Logroño. De todos modos, algo —quizá un presentimiento— le movió a quedarse deambulando por los alrededores.

A la vez, san Josemaría sintió una inquietud mientras visitaba al enfermo, que le llevó a despedirse y a volver hacia su residencia, por un camino distinto del habitual. En la calle Nicasio Gallego, se encontraron los dos.

Después, al reflexionar sobre esas “casualidades”, coincidieron en atribuirlas a la intervención de la Santísima Virgen y del apóstol san Bartolomé, cuya fiesta se celebraba ese día.

Isidoro sentía que Dios le pedía una entrega total

Isidoro manifestó al fundador del Opus Dei que, desde hacía tiempo, sentía que Dios le pedía una entrega total y que debía hacerlo de modo compatible con su vocación profesional y con la obligación de sacar adelante a los suyos.

San Josemaría le explicó lo que el Señor le había hecho ver el 2 de octubre de 1928: el Opus Dei, un camino de santificación para los cristianos corrientes, llamados a entregarse a Dios y ejercer el apostolado en medio del mundo y de sus quehaceres ordinarios. Se trataba de convertir —sin cambiar de estado— el propio trabajo, la vida ordinaria, en materia de santificación personal, en lugar de encuentro con Cristo, en ocasión para servir a la Iglesia y a las almas, en instrumento para cristianizar todos los ambientes de la sociedad: las relaciones laborales, la universidad, las artes, la prensa, la convivencia familiar...

La reacción de Isidoro ante ese panorama, que tan bien cuadraba con sus anhelos, fue de entusiasmo. Inmediatamente comprendió que era una llamada divina: «El dedo de Dios está aquí. Y aquí me tienes. ¡Ya está!» «Ya sé para qué he venido a Madrid» (beato Álvaro del Portillo y A. Rodríguez Vidal, Apuntes para un perfil biográfico de Isidoro Zorzano Ledesma, p. 316; y san Josemaría, Apuntes íntimos, n. 85).

Horas después, mientras continuaba su viaje hacia La Rioja, Isidoro repasaba los horizontes que su amigo le había abierto y se confirmó en la certeza de que aquel «era precisamente el ideal» que buscaba «y que creía irrealizable por tratarse de aunar factores de diversos matices» (carta a san Josemaría, 5-IX-1930).

A los pocos días, ya de regreso en Málaga, escribía: «He pensado sobre ello y cada día me parece más hermoso; es mi única ilusión cooperar en dicho ideal» (carta a san Josemaría, 5-IX-1930). «Más aún, todo lo debo a la Obra de Dios» (carta a san Josemaría, 14-IX-1930).

Así fue como Isidoro descubrió la llamada de Dios a la Obra, para la que le había ido preparando desde hacía muchos años. La conversación, en la que decidió su entrega total a Dios dentro del Opus Dei, fue el inicio de una «nueva era» en su vida (carta a san Josemaría, 5-IX-1930) que le inundó de alegría y felicidad: «Me encuentro ahora completamente confortado; mi espíritu lo encuentro ahora invadido de un bienestar, de una paz, que no había sentido hasta ahora» (carta a san Josemaría, 14-IX-1930).


Oración para pedir favores a Dios por la intercesión de Isidoro

Isidoro Zorzano es declarado venerable