Frutos Berzal: Un Sacerdote para los demás

Monseñor Frutos Berzal partió a la casa del Padre el 4 de febrero de 2017 en la ciudad de Cañete. Fue velado en la iglesia "Nuestra Señora del Carmen" de Imperial, donde fue párroco durante casi 30 años. Luego fue trasladado al Santuario "Madre del Amor Hermoso" de San Vicente de Cañete, donde fue enterrado en la cripta para sacerdotes.

La historia de su vida peruana comenzó en 1956 cuando el Papa Pío XII pidió a san Josemaría Escrivá sembrar la semilla apostólica en Yauyos. Ante la petición de la Santa Sede, el fundador del Opus Dei, san Josemaría, se puso a trabajar, y ofreció mucha oración y mortificación personal por esa empresa apostólica.

El Padre Frutos era natural de Segovia, España. Según el testimonio de quienes le conocieron, tenía una gran habilidad para el fútbol, tanto que se decía, en broma, que era candidato a integrar la selección española. Pero, tras descubrir su vocación sacerdotal supo que Dios le pedía meter goles en el terreno de la fe. Cuatro años después de ordenarse sacerdote, con la venia de su obispo, aceptó ir a Yauyos.

El padre Frutos (a la izquierda) y los cuatro sacerdotes que llegaron a Yauyos en 1957.

Vino al Perú en 1957 junto a Alfonso Fernández Galiana, José de Pedro Gressa, Jesús María Sada Aldaz y Enrique Pèlach i Feliú. Todos ellos pertenecían a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, una institución intrínsecamente unida al Opus Dei que ofrece ayuda y asistencia espiritual a los sacerdotes diocesanos para que aspiren a la santidad, en su propio estado, dentro de la misión que les corresponde en la Iglesia y en el mundo.

Desde su arribo al Perú, Monseñor Orbegozo y los sacerdotes que quisieron acompañarle en los comienzos se propusieron –alentados por el fundador del Opus Dei– no solo llevar el testimonio de la Palabra de Dios a todos los rincones de las provincias de Yauyos, Cañete y Huarochirí, sino fomentar las vocaciones sacerdotales.

Iglesia de Yauyos

Con el tiempo se erigió un seminario y luego empezaron a ordenarse sacerdotes peruanos con buena doctrina, en una época de crisis espiritual, y que hoy llevan la fe a distintas diócesis del Perú y del mundo, buscando –como decía san Josemaría- “servir a la Iglesia como la Iglesia quiere ser servida”.

Como consecuencia de la semilla sembrada por Monseñor Orbegozo, los tres obispos que le han sucedido, el Padre Frutos y sus compañeros sacerdotes en la Prelatura, a lo largo de las últimas décadas se han ordenado setenta seminaristas peruanos. El clero autóctono ha reemplazado a los misioneros españoles. A la fecha sólo hay tres sacerdotes extranjeros en la prelatura.

Actualmente, son muchos los socios de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei, que trabajan en parroquias de la sierra y de la costa, a lo largo del territorio peruano, entregados al servicio de las almas, obedeciendo a sus obispos y recibiendo de la Obra atención espiritual y formación doctrinal permanentes.

Los cinco sacerdotes que acompañaron a Monseñor Ignacio de Orbegozo, primer Prelado de Yauyos, desplegaron un intenso trabajo: administrar los sacramentos, visitar a los enfermos y a los sanos; predicar la Palabra de Dios, llevar a Cristo a los pobres y a los ricos, no dejar abandonado el Santísimo Sacramento, ser cada uno buen pastor de las almas, que cura a la oveja enferma y busca a la que se descarría, visitar a los maestros y maestras y a los niños de las escuelas, y pedir por las futuras vocaciones sacerdotales siguiendo aquel consejo de san Josemaría de que fueran: “santos, trabajadores, optimistas y alegres”. Solo entonces “las alturas se hacen llanura”, les decía.

El padre Frutos desplegó su servicio en bien de las almas durante sesenta años en tierras peruanas. Primero en Yauyos, luego en Mala, Cañete e Imperial, donde se desempeñó como párroco y Vicario General casi hasta el final de su vida.

Monseñor Ricardo García, actual obispo Prelado de Yauyos recuerda como anécdota que el mismo día que Monseñor Ignacio de Orbegozo tomó posesión como Prelado de Yauyos, el 2 de octubre de 1957 concluida la ceremonia y el almuerzo; el Padre Frutos tomó un caballo y partió a iniciar el trabajo pastoral en varios pueblos vecinos. Siempre manifestó un ejemplar celo por las almas.

El padre Frutos Berzal afirmaba que, los sacerdotes trabajaban en comunión con el prelado, viviendo cada día la fraternidad sacerdotal, pensando en el bien del otro, tal y como les había enseñado Monseñor Orbegozo, quien les aconsejaba que siempre vayan de a dos, para servirse uno al otro, de forma que ninguno pueda encontrarse nunca solo.

“En mí están muy grabadas las veces en que me pedía ir a buscar al hermano que no llegaba, acudir para ayudar al que había sufrido un pequeño accidente, ir a la vera del que apenas sabía montar a caballo, o ir a buscar una pequeña comida sencilla y apetitosa para que un sacerdote no sintiera la ausencia de su madre”, rememoraba.

Monseñor Frutos siempre recordaba un consejo que les dio el sacerdote español José María Hernández Garnica, antes de embarcarse al Perú: “Que estéis alegres cuando lleguéis a viejos, y que haya otros que lo hagan mejor que vosotros”. El padre Frutos cumplió su promesa. Se hizo anciano en el Perú, dejando como legado el testimonio de su alegría y afán apostólico.

El obispo de Mondoñedo-Ferrol, Monseñor Luis Ángel de las Heras Berzal, C.M.F, sobrino del Padre Frutos escribió una carta leída en su funeral, donde decía “Siempre lo tendremos presente como se nos mostró: feliz y contento de vivir en aquellas tierras, de recorrerlas como sacerdote, de querer a sus gentes y fomentar las familias cristianas, de atender a niños sin hogar, de acompañar seminaristas y sacerdotes, de construir capillas… Lo recordaremos satisfecho de su vida en común con otros compañeros, de practicar fútbol, tenis y seguir a su equipo… Lo guardaremos en la memoria animoso y guasón haciendo sonreír y dando aliento a todos en cualquier circunstancia”.

Sesenta años después de la llegada de Monseñor Orbegozo y de esos cinco presbíteros a Yauyos, ha fallecido Frutos Berzal Robledo. Permaneció seis décadas en primera línea apostólica.

La conmovedora imagen de su ataúd llevado a hombros por seis sacerdotes de la Prelatura, acompañados por un numeroso cortejo fúnebre con decenas de sacerdotes, es el mejor testimonio de que todos ellos fueron fieles al trabajo encomendado por la Iglesia y san Josemaría. Las palabras del Señor adquieren toda su dimensión y sentido: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:16).