Dora y Don Álvaro del Portillo

Las historias de Dora y de don Álvaro del Portillo están muy entrelazadas. Ambos respondieron con fidelidad a la llamada de Dios para difundir en el mundo que todos podemos ser santos en nuestra vida ordinaria, en nuestro trabajo.

Las historias de Dora y de don Álvaro del Portillo están muy entrelazadas. Ambos respondieron con fidelidad a la llamada de Dios para difundir en el mundo que todos podemos ser santos en nuestra vida ordinaria, en nuestro trabajo.

Don Álvaro trabajando con responsabilidad y creando ambiente de paz y de serenidad en su entorno, primero como estudiante, luego como ingeniero y finalmente como sacerdote ayudando a san Josemaría en la difusión del espíritu del Opus Dei, y en la Santa Sede en los encargos que tuvo.

Dora con su dedicación profesional a las tareas domésticas, para transmitir el calor de familia a todos los que participarían en las actividades de formación cristiana del Opus Dei y, desde ahí, a todo el mundo. Con alegría, con abnegación.

Los dos fueron un apoyo firme para san Josemaría, con su buen hacer, su cercanía, con su oración y su trabajo, con su lealtad y perseverancia también en los momentos difíciles de la historia del Opus Dei.

Ante la próxima beatificación de don Álvaro –el 27 de septiembre en Madrid- recogemos algunos recuerdos que manifiestan esa proximidad llena de cariño fraterno de don Álvaro con Dora al inicio, y de paternidad, desde 1975, cuando fue elegido sucesor de san Josemaría para dirigir el Opus Dei.

Don Álvaro llevaba unos meses viviendo en Roma con don Josemaría en el primer centro del Opus Dei en Roma, cuando acompañó al fundador del Opus Dei el 26 de diciembre de 1946 al aeropuerto de Ciampino, a recoger a Dora que llegaba de España, con quienes venían a atender la gestión doméstica de la casa. De allí se dirigieron al piso donde residían, muy cerca de la Basílica de San Pedro. En cuanto divisaron la cúpula, San Josemaría las invitó a rezar el Credo, para que de algún modo la confesión de la fe católica fuese su primer «acto» en Roma.

Enseguida fue don Álvaro quien inició en la lengua italiana a las recién llegadas. Les escribió en un papel el Padrenuestro y el Avemaría, y les enseñó la pronunciación. San Josemaría les regaló un ejemplar de I promessi sposi («Los novios»), de Alejandro Manzoni, para que lo leyesen en voz alta. Poco a poco fueron dominando la lengua de Dante, aunque al principio, frecuentemente era motivo de risas y confusión.

Don Álvaro fue el confesor de Dora durante esa primera temporada.

El 30 de marzo de 1948 falleció el padre de Dora. En aquellos años de posguerra, las comunicaciones eran muy malas y no le fue posible acudir a Boca de Huérgano (León, España). Ella ofreció esa pena a Dios y procuró estar muy cerca de sus hermanos, a pesar de la distancia.

San Josemaría habló enseguida con Dora, acompañado de don Álvaro y rezó con ella un responso por el eterno descanso del alma de su padre, que se llamaba Demetrio. Luego le sugirió que se acostara pronto sin preocuparse de la cena ni del trabajo pendiente. Sin embargo, recuerda Rosalía, «Dora, como era muy fuerte, rezó mucho, pero siguió el ritmo de trabajo normal». Al día siguiente, celebraron la Misa por el alma de su padre, primero, el Fundador y, luego, don Álvaro del Portillo, y eso la consoló muchísimo.

En otra ocasión, Don Álvaro supo que a Dora le había sentado mal una comida; tanto, que tuvo que acostarse.

Rápidamente don Álvaro del Portillo, que la conocía muy bien, comentó que debía de ser la primera vez que le sucedía. San Josemaría San Josemaría pidió a la hija suya que se lo había comentado que, de su parte, llevase a Dora un trozo de queso y una fruta de Aragón, porque sabía que le gustaban.

Don Álvaro valoraba la dedicación que suponía el trabajo doméstico. En esta línea, secundaba la preocupación de San Josemaría por profesionalizar y mejorar las condiciones de quienes realizaban esas tareas en la residencia. A finales de 1955, don Álvaro del Portillo acudió en varias ocasiones a la clínica romana Salvator Mundi, para visitar a un amigo suyo que estaba allí internado. Una de las veces, quienes llevaban el sanatorio le mostraron las instalaciones y don Álvaro se fijó en una máquina para planchar que le pareció útil para Villa Tevere. Nada más volver a casa, se lo comentó a san Josemaría, quien indicó que, entre otras entendidas, Dora fuera a verla para conocer su opinión. Poco después se adquirió una maquina similar.

En otra ocasión, como Don Álvaro sabía que Dora se ocupaba del lavado a seco de la ropa y que realizaba este trabajo a mano, con bencina- un líquido tóxico- en un patio al aire libre, lo mismo en invierno que en verano, estuvo pendiente con don Josemaría de conseguir la secca, instrumento adecuado para remediar esta situación.

Anécdotas extraídas del libro "Una luz encendida, Dora del Hoyo", Javier Medina. Ed. Palabra, Madrid 2012.